Lucía

Tan solo por uno, por un día de acogida en el albergue, ya hubieran valido la pena las horas sentada en el tren, en el autobús y en las estaciones con sus eternas esperas.
Me llamo Lucía, soy de Valencia y conocí a la Comunidad de la Conversión el año pasado, concretamente durante la Pascua en Sotillo de la Adrada. Como se dice en mi tierra, la idea de ir a Carrión como hospitalera fue "pensat i fet" (pensado y hecho). Las fiestas falleras me concedían unos días de vacaciones y quería "escapar" de ese ambiente y de la presión de último año de carrera por unos días. Barajé muchas posibilidades y destinos y ninguno veía la luz, todo eran inconvenientes hasta que un domingo por la tarde  la Comunidad de Agustinas de la Conversión apareció en mi mente y me acordé del albergue en Carrión de los Condes.
Después de cinco años, el Camino de Santiago me volvía a llamar con fuerza y además se me presentaban todas las facilidades para que pudiera ir ocho días. En esta ocasión ya no iba como peregrina, sino que iba a acoger a los peregrinos del camino francés a su paso por Palencia. A pesar de que al principio pensaba que iba solo para ponerme al servicio y dar gratuitamente, después de ocho días puedo decir que he recibido muchísimo más de lo que he podido dar.
Y es que, como he podido descubrir y como han corroborado tantos peregrinos, el albergue parroquial de Santa María no es un albergue más. Las hermanas y los hospitaleros que acogen allí no acogen a peregrinos anónimos, que comen-duermen-y se van... sino que acogen a peregrinos con su nombre y su apellido, con su historia a cuestas, con sus risas y a veces incluso con sus lágrimas. En este albergue el idioma no ha sido una limitación porque cada tarde nos hemos entendido con el lenguaje universal de la música y porque las sonrisas han tendido puentes allí donde la comprensión ha resultado más complicada.
Una de las cosas que más me han impactado -y es uno de los muchos regalos que me llevo- es el amor y el cuidado con el que se hacía cada cosa, por insignificante que pareciese, como poner la mesa, ofrecer una taza de té caliente a los peregrinos e incluso limpiar el polvo. A lo largo del día  resonaba en mí este versículo de la epístola a los Colosenses: "Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres" y es verdaderamente el espíritu de ese albergue, acoger a Jesús en cada peregrino cansado, sediento, con heridas en los pies... Cada día las hermanas me transmitían ese amor mientras limpiábamos y preparábamos el albergue con ilusión renovada y con sumo cariño, sin saber si ese día vendrían peregrinos, sin saber de dónde vendrían ni cuántos serían, sin saber si habían tenido una buena etapa ese día o no... pero ya pensando en ellos con cariño.
Otro momento que ha quedado sellado en mí ha sido cada encuentro con los peregrinos, en los cuales hemos compartido sus alegrías pero también sus sufrimientos, donde varios jóvenes como yo me han enseñado que tal vez la carga más pesada que llevamos no está sobre nuestros hombros, sino que está en el corazón, y que arrastramos a menudo muchas preguntas sin resolver porque buscamos las respuestas en lugares equivocados o porque nos negamos a compartir el peso de esa carga.
Tras estos ocho días en los que a pesar de la debilidad he sido tremendamente feliz, no puedo más que recomendar la experiencia de ser hospitalero en el Camino de Santiago y dar GRACIAS por todo lo que he recibido. A las hermanas Tamara, Lucía, Erika, Elisabeth y Carolina por cuidarme tan bien y por hablarme en cada detalle del Amor de Dios; a todos y cada uno de los peregrinos que han pasado por el albergue durante mi tiempo de hospitalera, por la paciencia que han tenido conmigo cuando me costaba entenderlos y por compartir conmigo su comida, su historia y sus sonrisas; a los párrocos de Carrión por  hacerme sentir como en casa y, cómo no, al gran Artífice de esta aventura, por tantos dones recibidos gratuitamente. Gracias, gracias y gracias.



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